Coca-Cola vuelve a acariciar el espíritu humano, ligando su producto a la felicidad que produce la vida misma.
Muchas veces me han preguntado, desde mi punto de vista, por qué creo que México siempre es el número uno o dos en cuanto a los países consumidores per cápita de Coca-Cola. La respuesta que tengo para ello es, entre otras cosas, la historia y el posicionamiento adquirido a través de lo que Coca-Cola sabe hacer como ningún otra marca: resaltar los lazos de unión entre las personas.
A lo largo de la historia de la marca, ha habido comerciales gloriosos donde no se destaca el sabor o la frescura de su bebida, sino los lazos entre familia, amigos, incluso hasta desconocidos; es decir, el espíritu, la emoción. Para muestra, esta belleza venida de España ¡Tremenda! ¡Soberbia!
Por el otro lado, si miramos a Pepsi y sus constantes cambios, entenderemos porqué no ha logrado penetrar de la misma manera. Para muestra basta el comercial de Fundación Toño, donde queriendo hacer uso de la irreverencia, se resbalaron hasta ofender a las fundaciones y ONG’s en México. El comercial podrá gustarles a los adolescentes en busca de su identidad pero no les hace gracia a muchos adultos, mucho menos a los relacionados al tercer sector y a la responsabilidad social. Pepsi ha apostado todas sus canicas a ser «joven». El problema es que hay muchos, muchos tipos de jóvenes.
En ese sentido, el espíritu es universal, la juventud es muy particular; el espíritu es eterno, la juventud, pasajera… y en publicidad, las cosas no son muy diferentes.