No señor… yo, como mercadólogo, no tengo esos cojones. No me presto a engañar a los consumidores, mucho menos a robarles. No señor, yo no tengo esos cojones.
Me gusta trabajar de noche y mientras uso la computadora, acompañarme de la TV a la que esporádicamente le voy echando ojo; en ese horario, llueven en la pantalla chica, anuncios de productos que cuando los veo me pregunto cómo existen mercadólogos y publicistas que se atreven a prestar sus servicios para bandidos que se aprovechan de la ingenuidad del mexicano.
Plataformas que vibran y hacen temblar a las gorditas cual gelatinas mal cuajadas, prometiéndoles que bajarán de peso sin hacer nada; tenis que parecen calzado ortopédico para patizambo, asegurando que caminar con él otorgará un cuerpo de deidad griega; shampoos hechos de recetas legendarias que prometen hacer crecer el cabello como hiedra en alambrada; cremas que borran arrugas como si fueran photoshop. No señor, yo no podría hacerlo… no tengo los cojones para robar así a la gente.
Cuando veo esos anuncios me acuerdo de Dorfsman, me acuerdo de la ética y me acuerdo que este mundo tiene mucha porquería como para sumarnos a ella. Para ser honesto, no recuerdo qué juré exactamente en mi examen de grado de maestría y mucho menos en el de la licenciatura algunos años más atrás… pero estoy seguro que tenían algo que ver con servir a la sociedad y hacerlo con ética, un término muy manoseado, poco comprendido y mucho menos practicado, especialmente por nosotros los marketers; un término que tiene que ver con honestidad. Como dice el buen libro, «la verdad os hará libres.»
Por ello hoy, recordando al buen Lou me repito, no señor, yo no tengo los cojones para timar, para abusar, para estafar… no… yo, como mercadólogo, no tengo esos cojones.