El tipógrafo Stanley Morison, considerado una de las figuras más importantes en la historia de su materia, en su obra «Principios fundamentales de la tipografía» definió a la tipografía como «El arte de disponer correctamente el material de imprimir, de acuerdo con el propósito específico de colocar las letras, repartir el espacio y organizar los tipos con vistas a prestar al lector la máxima ayuda para la comprensión del texto.»
A casi un siglo de que esta frase fuera enunciada, sigue siendo una verdad absoluta, no importa si se aplica para diseño sobre papel, web o rotulación.
En este sentido, la tipografía vertical o siguiendo patrones estrafalarios, las capacidades de una computadora para condensar, extender o deformar tipos, los shadows, outlines, glows y otros efectos aplicados al texto, no sólo no ayudan a la legibilidad, sino que constituyen uno de los errores tipográficos más claros y uno de los puntos finos donde es posible percibir la mala calidad de un diseñador.
De modo que salvo contadas excepciones como el logotipo de Babel, que hace referencia a la legendaria torre, transformándose más en imagen que en texto, o el trabajo experimental del genio Wolfgang Weingart, la tipografía debe ser entendida como una serie de elementos (mancha y aire) dispuestos en una específica disposición cuyo fin último es la legibilidad, ya que después de todo, la tipografía deviene de la caligrafía que, salvo algunos paises orientales, siempre se ha escrito en patrones lineales de izquierda a derecha.
¿Cómo entonces aprovechar un espacio vertical con tipografía? Simple, rotando la línea completa. ¿Cómo generar variedad en una composición sin atascarla de distintos tipos? Sencillo, aprovechando toda la familia de un tipo en sus diferentes pesos y extensiones naturalmente diseñadas.
Sólo un comentario sobre la esencia del diseño y la definición de un buen trabajo.