Tenía apenas doce años cuando me tope con las letras de Jorge Manrique y tres versos simples se grabaron en mí:
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
Tuve que aprenderlos en aquel entonces por instrucción de un maestro español, pero asumo que, como les pasará a muchos, conforme el reloj nos aplasta, más personales y empáticos parecen volverse.
Es condición humana pensar que a la par de la evolución tecnológica, los valores se deprecian. Somos en muchos sentidos una sociedad evolucionada en continua involución.
Solía tratarse de lo que éramos; hoy se trata de lo que aparentamos.
¿Exagero?
A pesar de que la misión de Google es sistematizar la información del mundo para volverla accesible, son las redes sociales y no la búsqueda de conocimiento, la actividad más recurrente en la web. En México, las redes son la principal actividad online con un promedio por usuario de más de tres horas y media diarias. Ocupamos junto con Argentina, el tercer lugar mundial en este hábito. Las redes, que en un principio prometían ser el gran eslabón que nos llevara la utópica aldea global, se han convertido hoy en un simple juego de «paga y vocifera» para las marcas y en una competencia de popularidad para el resto de nosotros.
Nos medimos por likes, shares, fans. Seguimos a gente que no conocemos. Cedemos la privacidad y nos desnudamos al mundo sin importar qué ocurra… porque de hecho queremos, ansiamos desesperadamente que nos vean y escuchen… sin importar quién, cómo, cuándo o por qué.
Más de la mitad del tráfico en internet no es humano, y aún así nos invade una ola de endorfinas cuando vemos que nuestros posteos gustaron, que reúnen «me gusta» o son compartidos… aún cuando estas métricas sean otorgadas a través de bots. ¿A quién le importa? Se ven bien en nuestras cuentas.
Dentro de los múltiples objetivos que puedes elegir para tu publicidad pagada en Facebook, puedes escoger promocionarte para «gustar» a otros, aún antes que conseguir tráfico que al menos sería una métrica más real.
Buscamos frenéticamente los hashtagas, temas y horas ideales para postear contenido y lograr más… ¿cómo le llaman?… ah sí, engagement… cuyo concepto semántico inicial se ha abaratado para significar hoy solo un puñado de reacciones digitales.
Es tanta nuestra desesperación que decenas de compañías han comenzado a lucrar con ello, vendiéndonos este mismo engagement en forma de likes, RT o shares por un puñado de dólares, inflando la apariencia de tu cuenta de forma instantánea. 1,000 likes por 15 dólares. Así de barata es hoy la droga social…
…y si eres de los puristas que la quieren un poco más real, siempre puedes pagarle a uno de los llamados influencers para que te contagie, casi por frotación, un poco de su divinidad momentánea dedicándote un tuit.
Solía tratarse de lo que éramos; hoy se trata de lo que aparentamos.
Black Mirror y el futuro cuasi inmediato
¿Qué distancia hay de nuestro mundo al dibujado por Charlie Brooker y Joe Wright, escritor y director del capítulo Nosedive de la perturbadora serie de Netflix, Black Mirror? Tal vez solo unos pasos… a través de los cuales transformemos los likes en moneda de cambio… pero espera ¿no lo estamos haciendo ya?
En este primer episodio de la temporada tres, Lacie (Bryce Dallas Howard) vive en un mundo donde el estatus de las personas se rige literalmente por su calificación en las redes sociales. Ella es un 4.2 y necesita ser un 4.5 para ser capaz de permitirse el lujo de alquilar un apartamento en el lujoso barrio Pelican Cove… pero ¿cómo subir esas tres décimas? Necesita que otros con evaluaciones más altas le pasen un poco de popularidad a través de su convivencia y aprobación.
Como caída del cielo llega la invitación de Naomie a su boda, donde solo habrá asistentes con calificaciones superiores a 4 y por lo tanto, es la oportunidad perfecta de Lacie para despegar. Desafortunadamente, llegar hasta allí para después convencer al pretencioso círculo de amigos y al sistema, será un poco más difícil de lo que parece.
La verdad muere en un mundo de apariencias, y los que suelen expresarla sin tapujos, son marginados.
Ser mercadólogo exige ver este episodio del que uno no puede escapar sin reflexionar: ¿Qué carajos estamos haciendo?, ¿Estamos nosotros mismos con nuestro morbo y trivialidad descartándonos como personas valiosas para convertirnos solo en números?
No eres ese calzado que subiste a Instagram, ni los kilómetros publicados en tu Nike app. No eres el hotel lujoso al que diste check in en Facebook. No eres lo cool de tu sonrisa de 10 segundos en Snapchat, ni el curriculum de 100 evaluaciones en Linkedin. No eres tu hambre por hacerte viral. Somos más que eso. Más que esas métricas de vanidad. Más que ese voyeurismo. Más que ese morbo por el contenido barato que en su forma más innocua, ha hecho populares las estupideces, y en definiciones más peligrosas, ha encumbrado regímenes populistas. Los riesgos siguen creciendo.
Cierro catarsis con la contestación de Publimetro Colombia a la crítica hecha por una usuaria en un artículo ramplón del periódico; el medio, ante la sorna, respondió con toda crudeza para dibujar certero el mundo en el que vivimos, uno donde
a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.