Así es como luce uno de los muchos puentes y pasos a desnivel que actualmente se construyen en la Ciudad de México. La región más transparente, la de Av. Insurgentes con su magnífico camellón, la de Av. Río Churubusco poblada de árboles, la de la Altavista elegante, no existe más. El paisaje ha dado paso a la «funcionalidad»; ahora, inmensas estructuras de gris concreto se levantan para priorizar el transporte.
Cuando veo esto, vienen a mi mente ciudades como Nueva York o San Francisco, donde si bien existe mucha infraestructura, la estética también se procura. Me pregunté entonces por qué, siendo México un país tan vasto en cultura, no se permitía a los diseñadores, a los artistas, tratar de embellecer un poco estos gigantes de piedra que si bien pueden ser funcionales, también son torpemente agresivos a la mirada.
Para muestra de lo que hablo, está el trabajo del muralista Ariosto Otero, quien ya ha trabajado para el paisaje urbano de la delegación Magdalena Contreras. Aquí pueden ver lo que un artista con visión hace con una columna o unas trabes.
La pregunta es ¿Por qué teniendo estos artistas en México —y cuando el muralismo es netamente mexicano— el gobierno no se apoya con su trabajo para decorar nuestra ciudad?, ¿No sería espléndido y un tesoro incluso explotable mercadológicamente con el turismo, el que nuestra urbe tuviera estos enormes colosos impregnados de las obras de sus propios artistas?
En lo personal, preferiría ver más de esto en las paredes y menos pistas de hielo en nuestro zócalo.